Primer día de las tan ansiadas vacaciones. Ayer y hoy el día está bastante cubierto y con mucha amenaza de lluvia. Decidimos irnos a caminar por la costa gallega.
La primera parada, el faro de Illa Pancha y sus acantilados. Este faro, situado en la isla, se construyó en el siglo XIX y empezó a funcionar en 1.859, dejando de hacerlo en 1.984, sustituido por la torre que se construyo a su lado. Me gusta este sitio por lo fotogénico que es. El negro y blanco del faro destaca entre la multitud de colores que le da el mar, el cielo, las nubes, así como las plantas y flores del entorno. Los días de mar fuerte es un verdadero espectáculo ver saltar las olas por entre las rocas, llegando en ocasiones al mismo faro.
De aquí y de camino a Ribadeo, paramos en el cargadero. Empleado para la carga de barcos de vapor del mineral de hierro extraído de la localidad de A Ponte Nova y transportado desde esa localidad en ferrocarril, actualmente se encuentra restaurado y sirve como un balcón con vistas a la Ría del Eo y sus localidades cercanas.
Aprovechando la cercanía, optamos por comer en el puerto de Ribadeo, en el restaurante «Naútico Lounge», donde disfrutamos de los calamares, chipirones, croquetas de bogavante y pastel de cabracho, típicos de la zona.
Acabada la comida, nuestro objetivo la hiperconocida y turística Playa de las Catedrales, o Praia As Catedrais, en gallego. La marea baja es a las tres, pero no llegamos antes de las cuatro. Aunque ya estaba subiendo, podemos pasear por ella en su totalidad. Disfrutamos de sus arcos y pórticos naturales, que le dan nombre, de sus cuevas y de sus impresionantes acantilados. Aunque hay gente, no tanta como en otras ocasiones y el día está oscuro, podemos hacer algunas fotos interesantes.
Nuestro último objetivo era el pueblecito marinero de Rinlo, pero antes paramos en la menos conocida playa de Os Castros. Llevaba mucho tiempo intentando visitar esta playa y por fin hoy, lo hemos hecho. No tan espectacular como Las Catedrales, tiene su encanto y lo más curioso, su entrada. Bajando por el acantilado a una pequeña gruta, accedemos a la playa. No estamos mucho tiempo debido a que la marea está subiendo y no queremos mojarnos los pies.
Paramos a la entrada de Rinlo a merendar y disfrutar del mar desde sus acantilados. Este pueblo marinero se sitúa en un estrecho abrigo de la costa y su dedicación al mar es muy antigua. Mantiene su encanto típico, con calles estrechas, viviendas de marineros y huertas acompañadas de hórreos. Entre otras cosas, tiene fama por su marisco y en especial sus langostas y centollos.
Estamos cansados y decidimos volver a casa. Un buen día de paseo por la costa gallega cercana a nuestro lugar habitual de vacaciones.
Eso es todo amigos.